martes, 9 de septiembre de 2014

Tesoro vacío

Hace un tiempo que sé la verdad. He llegado otra vez a ese punto de devastadora seguridad. Todo gira a mi alrededor y me es totalmente indiferente. Existo pero no soy. Vago por un mundo en el que lo único que me importa es seguir siendo consciente de que estoy viva. La verdad es tan fría que duele. Y me duele muchísimo. Pero estoy bien, tampoco espero nada mejor. Ni peor, porque no existe. Esa es la pureza de la verdad, de lo absoluto. No hay más, no quiero más.

He perdido la magia, la curiosidad. Recuerdo un libro infantil sobre la búsqueda de un tesoro. Odié profundamente ese relato porque no lograban encontrar el cofre que tanto buscaban, el que se habían pasado toda la novela buscando. Busqué inútilmente si existía alguna segunda parte de la historia. Luego leí críticas y opiniones. No me creía que aquello pudiera acabar así. Entonces, llegué a una entrevista al autor (o autora) y en aquel momento no supe entender lo que quería decir. "Encontrar el tesoro era lo peor que podía pasar, el viaje, los sueños, la ilusión de dar con lo que estamos buscando, es lo que nos mantiene vivos.  Al encontrar el tesoro todo se desvanece". Ahora sé que significa. Y ahora me duele.

Mi mayor anhelo siempre fue controlarme a mí misma de tal manera, que pudiese controlar todo lo demás. Ser consciente de todo cuanto me rodea. Creo que lo he conseguido. Rectifico. Tengo la certeza de haberlo hecho. He llegado a la conclusión de que no hay nada que una persona pueda controlar. Absolutamente nada. Todo lo que me rodea es frío y vacío, sin normas, sin pautas. He llegado al punto de poder decidir como sentirme en cada momento, aunque sinceramente dentro de mí, no siento nada. La indiferencia por encima de todo. La frialdad de una máquina. ("La perfección").

El camino hasta aquí ha sido, más que ninguna otra cosa, bello. He sentido y me he emocionado francamente a lo largo de mi vida. Y he disfrutado tanto. Pero ya no soy capaz de eso, ya tengo mi tesoro. ¿Y ahora qué? Esa es mi encrucijada. Mi ilusión se ha suicidado. Me he matado a mi misma queriendo saber la verdad. Llegar aquí era lo que siempre había querido, ahora el problema es salir.

Empieza mi último curso de universidad y voy a dejar atrás una etapa. Quiero hacerlo bien. Es lo único que tengo. Me aferro a esa esperanza. A esa ínfima motivación de que puedo sentirme realizada al acabar la carrera. Voy a organizarme, a intentar buscar cierta estabilidad en la incertidumbre. Me lo tomo como un reto, quizás me estimule más. Y hay una única cosa verdaderamente clara que he aprendido durante mis casi 20 años. Puedo abrazar a la soledad y no tener miedo. Sólo necesito tener presente un detalle: no puedo perderme a mí misma. La vida está vacía, pero yo no.