lunes, 1 de diciembre de 2014

Respiro.

...

Respiro una vez más.

...

¿Ya está? No, aún sigo respirando. ¿Qué hago? Ya no me sale llorar. Entonces recuerdo lo último que escribí aquí en este blog. Lo releo y pienso. Intento reflexionar sobre estos dos, casi tres, últimos meses. ¿Cómo estoy? Bien, incluso puedo decir que soy feliz. Creo que me estoy recuperando a mi misma. Poco a poco. Respiro otra vez.

...

Y vuelvo a llorar. Ahora no soy yo, somos nosotros. Me siento muy estúpida. Y frágil. Pongo música y vuelvo al trabajo. Consigo distraerme mientras suena Marea y analizo unos datos para Modelos Lineales. Pero en la lista de reproducción que he escogido hay un tema de esos, que son de alguna manera, nuestros. No contaba con ello. Empieza a sonar Corazón de mimbre y me pierdo en su melodía, cantando en voz baja su letra. Se me quiebra la voz pero ya no lloro. Joder, ¿qué hago? Respiro.

...

¿Cómo consigo volverte a enamorar? Me doy cuenta de lo imbéciles que hemos sido. Lo hemos tenido todo y se nos ha escapado así, sin más. No, de hecho ha sido un proceso, pero hasta hoy no he sido consciente de la verdad. Suspiro fuerte. Ahora estoy muy enfadada con nosotros. 

Estoy en plena reconstrucción de mi vida y me sueltas la bomba. Ahora no, por favor. ¿Por qué no consigues quererme como antes? El amor tiene que cuidarse y sé que no lo hemos hecho. Durante los dos primeros años nos salía solo, después tendríamos que habernos esforzado, haberlo alimentado día a día. No te vayas aún. 

Recuérdanos. Las canciones, los besos. Las noches y las sonrisas. Que guapo estás cuando sonríes. Joder, estoy llorando otra vez. Respiro lentamente.

...

Cuando estoy sola siempre te imagino abrazándome por detrás. Como cuando estamos desnudos en la cama. Me imagino tu respiración en mi cuello y el mundo se torna más bonito. He estado vacía mucho tiempo, pero siempre estabas en algún lugar de mí. Aunque quizás no siempre que lo necesitara, cuando estabas, conseguías hacerme volver a la realidad. 

Sé que puede ser para siempre. Sólo hay que querer. 

He conseguido volver después perderme a mi misma. No sé si podré si nos pierdo. Eres mi vida.

...

Respiro. Y vuelvo a llorar.

martes, 9 de septiembre de 2014

Tesoro vacío

Hace un tiempo que sé la verdad. He llegado otra vez a ese punto de devastadora seguridad. Todo gira a mi alrededor y me es totalmente indiferente. Existo pero no soy. Vago por un mundo en el que lo único que me importa es seguir siendo consciente de que estoy viva. La verdad es tan fría que duele. Y me duele muchísimo. Pero estoy bien, tampoco espero nada mejor. Ni peor, porque no existe. Esa es la pureza de la verdad, de lo absoluto. No hay más, no quiero más.

He perdido la magia, la curiosidad. Recuerdo un libro infantil sobre la búsqueda de un tesoro. Odié profundamente ese relato porque no lograban encontrar el cofre que tanto buscaban, el que se habían pasado toda la novela buscando. Busqué inútilmente si existía alguna segunda parte de la historia. Luego leí críticas y opiniones. No me creía que aquello pudiera acabar así. Entonces, llegué a una entrevista al autor (o autora) y en aquel momento no supe entender lo que quería decir. "Encontrar el tesoro era lo peor que podía pasar, el viaje, los sueños, la ilusión de dar con lo que estamos buscando, es lo que nos mantiene vivos.  Al encontrar el tesoro todo se desvanece". Ahora sé que significa. Y ahora me duele.

Mi mayor anhelo siempre fue controlarme a mí misma de tal manera, que pudiese controlar todo lo demás. Ser consciente de todo cuanto me rodea. Creo que lo he conseguido. Rectifico. Tengo la certeza de haberlo hecho. He llegado a la conclusión de que no hay nada que una persona pueda controlar. Absolutamente nada. Todo lo que me rodea es frío y vacío, sin normas, sin pautas. He llegado al punto de poder decidir como sentirme en cada momento, aunque sinceramente dentro de mí, no siento nada. La indiferencia por encima de todo. La frialdad de una máquina. ("La perfección").

El camino hasta aquí ha sido, más que ninguna otra cosa, bello. He sentido y me he emocionado francamente a lo largo de mi vida. Y he disfrutado tanto. Pero ya no soy capaz de eso, ya tengo mi tesoro. ¿Y ahora qué? Esa es mi encrucijada. Mi ilusión se ha suicidado. Me he matado a mi misma queriendo saber la verdad. Llegar aquí era lo que siempre había querido, ahora el problema es salir.

Empieza mi último curso de universidad y voy a dejar atrás una etapa. Quiero hacerlo bien. Es lo único que tengo. Me aferro a esa esperanza. A esa ínfima motivación de que puedo sentirme realizada al acabar la carrera. Voy a organizarme, a intentar buscar cierta estabilidad en la incertidumbre. Me lo tomo como un reto, quizás me estimule más. Y hay una única cosa verdaderamente clara que he aprendido durante mis casi 20 años. Puedo abrazar a la soledad y no tener miedo. Sólo necesito tener presente un detalle: no puedo perderme a mí misma. La vida está vacía, pero yo no.

jueves, 13 de marzo de 2014

El frío penetra en el alma lento y escrupuloso. Sacia su hambre a medida que avanza. Minucioso, no escatima en tiempo. Mejor así, más largo, más doloroso. Y aunque pausado y quizás desapercibido al comienzo, jamás cesa. Busca y se adentra en los recovecos más profundos de su presa. Los más vulnerables. Sin compasión, sin miramiento. Se sorprenderían de su capacidad para helar el más cálido de los corazones. Gritarían incrédulos si fueran conscientes de tal fuerza. “-¡Locuras!” clamarían acusando de exageración a los que lo hemos presenciado. Y yo me compadecería. De ustedes y del frío. De vuestra soledad y del vacío. Pero por dentro, bajito, que si no, no podría oír el silbido del viento. Ese que viene cargado con nostalgia y besos. Que acoge a quienes hemos sentido la nada en nuestro interior. A aquellos a los que el frío no nos mató, nos ensalzó. Nos llevó a la miseria más ínfima, nos tocó el espíritu y nos hizo comprender. Y es que hay días que aún encuentro un recóndito en mí que anhela sentir calor, que duele y no miente. Creo que siempre quedarán. Es imposible desprenderse de algo tan íntimamente ligado a uno mismo. Algo, que al fin y al cabo, forma parte de nuestra más pura esencia. De nuestra insólita y ansiada verdad.

Silencio.
Oscuridad.
Frío.



Y plenitud.